A lo largo de la vida nos encontramos con múltiples pérdidas, desde la muerte de seres queridos, a la muerte de mascotas, la pérdida de empleos, cambio de residencias, etc. Vivir pérdidas es mucho más frecuente de lo que nos pensamos, de hecho es una parte inevitable de la vida, y todas ellas merecen nuestra atención.

El luto es un proceso de elaboración natural y adaptativo, que consiste en integrar la experiencia de la pérdida, al final de la cual, lleva a la persona a experimentar un cambio profundo en su identidad.

Se ha escrito mucho sobre el luto y coexisten distintos modelos explicativos. Nos quedaremos con el modelo de tareas/necesidades del luto, el cual considera la elaboración del luto como un proceso donde el individuo tiene diferentes tareas y necesidades a resolver para poder avanzar.

En un primer momento nos encontraremos con la etapa de aturdimiento y choque. Cuando la persona recibe la noticia, la conmoción del impacto amenaza la capacidad de reacción de la persona, por lo cual se producen reacciones como aturdimiento, incredulidad, negación, confusión, etc. La función de estas reacciones es mitigar el input de la noticia para preservar nuestra integridad. En otro extremo también se pueden dar reacciones agudas de llanto, desesperación, etc. de hecho, no es extraño que ambas reacciones coexistan, ya que oscilar entre mecanismos de evitación y aproximación es la forma de intentar manejar la situación. Por lo tanto, la tarea principal de esta etapa es manejar los aspectos más traumáticos de la pérdida.

Pasado un tiempo (días, semanas, o meses), aparece la etapa de la evitación o negación. Aparecen maniobras inconscientes para hacer de barrera protectora ante el impacto del dolor. Se puede reaccionar negando los hechos, minimizándolos, o bien manteniéndose muy activo o experimentar culpa excesiva. Estas estrategias de evitación permiten una asimilación progresiva de la dolorosa realidad. La principal función de esta etapa consiste en ir disolviendo progresivamente las estrategias protectoras de distorsión e ir aumentando la tolerancia al dolor.

A medida que va disminuyendo la necesidad de evitar, la persona se va sintiendo más preparada para afrontar la realidad. Esta etapa es la conexión e integración, momento en el que empiezan respuestas orientadas a conectar con la realidad (dolor, tristeza, culpa, rituales de conexión, etc.). Estas respuestas permiten concienciar aspectos de la relación con el ser perdido y explorarlos con el objetivo de asimilar la vivencia y dotarla de significado emocional y cognitivo.

Finalmente, si se han elaborado progresivamente los aspectos más traumáticos, defensivos y relacionales, llegamos a la etapa del crecimiento y transformación, en la cual se producen reogranizaciones de nuestro mundo interior en relación al ser querido, a uno mismo, y a la vida en general. De forma que en un luto elaborado, la persona debe haber ido más allá de su estado anterior, y haber convertido esta experiencia en crecimiento personal. En esta etapa final algunas de las creencias o esquemas nucleares que teníamos, se ven sustituidos por nuevas creencias que incorporan significado emocional a la pérdida.

Teresa Jounou